miércoles, 17 de agosto de 2011

La ruleta

A Jesús había empezado a irle bien. Parecía que la vida, por fin, le dedicaría una sonrisa: le dieron una promoción en su trabajo, la vecina había dejado de voltearle la cara al saludarla y se le había quitado esa odiosa molestia en la ingle. Razón tenía su hermano cuando le dijo que no se preocupara, que seguro era por el esfuerzo al ayudarlo con la mudanza. Se había hecho un chequeo “por no dejar”, pero, al desaparecer el dolor, olvidó ir a recoger los resultados.
El viernes, al salir del trabajo quedó atrapado en ese gran estacionamiento público que funciona a partir de las cinco en Prados del Este, con carros detenidos en todos los canales de todas las calles y que, a diferencia de los privados, es gratuito. Harto de la cola, logró escurrir su Aveo entre los otros carros y se abrió paso, como pudo, hasta el bingo.
Tengo que aprovechar esta racha. En vez de estar aquí sentado como un idiota recalentando el carro, voy a entrar a probar suerte, pensó.
La oscuridad del local lo cegó al entrar; venía de la claridad de la calle. Se quedó de pie en la puerta, hasta que las luces de colores brillantes de las paredes, la barra de neón azul del bar y los reflejos de la bola de cristal que colgaba del techo le aclararon la vista.
Los sonidos a su alrededor aumentaron su excitación. El inconfundible clink de las tragamonedas, las risas de los ganadores, la letanía del cantador de bingo y la sirena que anunciaba que alguien acababa de salir de la miseria, lo obligaron a sacar la cartera y comprar fichas para jugar.
Se tomó un trago, luego otro y cuando iba por el tercero le preguntó al barman qué juego pagaba más.
-La ruleta, sin duda. El bingo es para las viejas, los dados son de ida y vuelta, en un viaje te dan, y en el otro te lo quitan, pero la ruleta es pa’ machos. Puedes ir apostando de a poco y, cuando tengas un capital, se lo tiras a un solo número y listo. Yo he visto a mucha gente salir de aquí forrada de real.
-La ruleta será, pues.
Siguió las instrucciones de su más reciente amigo, apostando alternativamente al rojo y al negro, a los números pares y los impares, para no ofender a ninguno. Reunió quinientos bolívares y sintió que había llegado el momento:
-Todo al once negro -dijo con calma. Nuevamente sonó la sirena de la fortuna.

Ya había desaparecido el tráfico cuando salió del local. Llevaba en el bolsillo un sobre con un millón en efectivo y tenía ganas de seguir la fiesta. Quién sabe, a lo mejor la vecina le aceptaba una invitación.
Fue a su casa, se duchó y, con su mejor pinta de galán, se disponía a salir cuando recordó su teléfono. Lo había apagado al entrar al bingo, para que nada lo distrajera. Lo prendió y encontró un mensaje recibido cuatro horas atrás:
Resultado de la biopsia: positivo, con metástasis en grado avanzado. Inoperable. El paciente debe acudir a la brevedad al Centro Médico.

El sobre lo retaba desde la mesa. Lo tomó, sacó un bolígrafo y escribió algo en él.
Al menos fui un superhombre por una noche, suspiró antes de saltar por el balcón.