martes, 25 de mayo de 2010

La mano del destino

José era un niño bastante tranquilo. Aunque sólo tenía ocho años, se desenvolvía muy bien para su edad. El hecho de no tener padre lo había obligado a madurar más rápido que los otros niños
Esa mañana su mamá no lo mandó al colegio, porque había pasado la noche con fiebre y estaba lloviendo. Antes de salir a trabajar le dijo que se quedara en la cama hasta su regreso. Él se volvió a dormir
Sin embargo, más tarde despertó y pensó que se había quedado dormido. No recordaba la conversación con su madre en la madrugada. Rápidamente se vistió y salió corriendo hacia la parada de autobús
Nadie lo vio pasar. Ni sus compañeros de clase, que ya se habían ido; ni Eusebio, el dueño del abasto, quien ese fatídico día abrió la tienda tarde, porque no encontraba las llaves; ni el padre Juan, que les daba la bendición todas las mañanas, pero había salido a visitar a un enfermo; ni Evaristo, que siempre trabajaba a esa hora en el porche de su casa, frente al camino, pero había salido temprano con los pescadores, porque una red se había enredado en un motor. José pasó como un fantasma por las calles del pueblo, totalmente invisible a las miradas que cotidianamente estaban allí, que debían haber estado allí, y que hubieran podido salvarle la vida
La lluvia había arreciado y el río estaba muy crecido. Él inocente y ajeno al peligro que le aguardaba más adelante, corría. Sólo pensaba en llegar a la escuela a tiempo. Y llegó al puente, por última vez en su corta vida

lunes, 24 de mayo de 2010

Eran las dos de la tarde

Eran las dos de la tarde de un domingo de marzo y un calor aplastante mantenía la ciudad ausente de vida. No se escuchaba el canto de los pájaros, seguramente ocultos al abrigo de la sombra de los árboles. Los ladridos de los perros, la risa de los niños y la campanita del heladero también habían desaparecido. La total ausencia de sonidos hacía pensar que allí no habitaba ningún ser viviente. Tampoco había gente en las calles. El pulso vital de la ciudad se había detenido por efecto del infernal clima
De pronto, un evento dantesco acabo con aquella calma obligada: un pavoroso incendio se desató en las faldas de la montaña protectora del otrora majestuoso valle, devorándolo todo a su paso. Las espantosas llamas alcanzaron una altura colosal en cuestión de segundos, alimentadas, tanto por los secos pastos, como por una repentina brisa que elevaba las lenguas de fuego, convirtiéndolas en remolinos que ascendían rápidamente hacia la cumbre
La ciudad volvió a la vida de repente. Advertida por el humo y el olor a muerte, la gente salió a las calles para atestiguar la destrucción del maravilloso jardín natural, que más que rodearlos, les pertenecía. Todas las conversaciones acusaban tonos de duelo en la voz. Era como si a cada uno de los vecinos se le estuviera quemando su propia casa
En medio de aquella angustia colectiva, la pregunta de rigor era planteada repetidas veces: ¿habrá sido provocado? Aunque nadie se atrevía a contestar, todos conocían la respuesta

jueves, 20 de mayo de 2010

Andrés y el chino

Andrés y el chino eran dos almas gemelas. Se conocieron cuando niños, unos siete años atrás, y desde entonces no se separaron más nunca. Donde iba uno, iba el otro. Si uno se sentía mal en el colegio y se regresaba a su casa, el otro lo acompañaba. Hasta parecía que se leían el pensamiento, porque cuando uno agarraba el balón de fútbol para salir a jugar, ya el otro lo estaba esperando en la calle
Un domingo en la noche, sonó el timbre de la casa del chino. Cuando su papá abrió la puerta, se encontró a un hombre alto, de unos treinta y tantos años, quien le preguntó si allí vivía un niño con la descripción de su hijo. Ante la respuesta afirmativa, el visitante le contó que tenía la firme sospecha de que su hijo y otro niño, le habían vaciado dos cauchos del carro.
Extrañado ante este inusual comportamiento, lo llamó. Como padre, tenía que darle el beneficio de la duda y así, cuando el muchacho bajó, le preguntó si era cierto lo que aquel hombre afirmaba. Con mucho valor y su fiel amigo a su lado, el chino confesó:
- Sí papá, fuimos nosotros
- Y ¿por qué hicieron algo así?
- Porque nosotros le dijimos que no se parara ahí, porque estábamos jugando futbol, respondió
- Bueno hijo, pero eso no te da derecho para vaciarle los cauchos al carro del señor
En ese momento saltó Andrés indignado
- Sí señor, sí le da derecho. Es más, quien le vació los cauchos fui yo, porque el chino le pidió por favor que no se parara ahí y el nos contestó: “yo me paro donde me de la gana, carajitos de mierda”. Y a mi amigo nadie le habla así. Él se lo había pedido “por favor”

Fin del cuento

Les voy a contar el final del cuento rapidito, ya que planeo reestructurar la página y no quisiera dejar sin conocer el final a aquellas personas que hayan tenido la delicadeza de acompañar a Eva y a Miguel hasta ahora.
De ahora en adelante encontrarán en este blog escenas cortas, espero que las disfruten
Como se podrán imaginar, efectivamente los ladrones atrapan a Eva y a Miguel en el sótano y los secuestran, pero cuando ya están a punto de escapar, llega la policía y los detiene.
La emoción y el temor vividos esa mañana, les hacen comprender que sí es algo más que amistad lo que sienten el uno por el otro y, esa misma noche, en la fiesta,
se declaran su amor y viven felices para siempre.

A continuación, las escenas

Las primeras lluvias de mayo golpeaban con fuerza ese sector de la costa. Habían comenzado cinco días atrás y, aunque variaban en intensidad, no cesaban ni de día ni de noche. Ya hacía varios días que no se veía el sol y que no se escuchaba el canto de los pájaros. Era como si la lluvia se hubiera tragado a su paso los sonidos propios de la selva nublada. No había trinos de pájaros, ni el sonido del viento al pasar por los cocoteros; tan sólo esa lluvia pertinaz que no cesaba.
Los únicos que disfrutaban de ese clima eran los niños y gracias a Dios por ello. Sus risas alegres y sus chapoteos en los charcos rompían aquella melancolía. No podían ir al colegio porque el río estaba muy crecido y era peligroso pasar por el viejo puente. Podían ser arrastrados por la corriente, como sucedió una vez, quince años atrás.
Mientras tanto, una figura menuda recorría la calle de arriba a abajo, con la angustia pintada en el rostro. Era la vieja María, quien intentaba desesperadamente alejar a los pequeños del peligro que representan las embravecidas aguas. Con voz preocupada les decía:
- Niños, no jueguen tan cerca del río, que es peligroso. Vénganse para acá.
Y al no lograr su cometido, rogaba para sus adentros,
- ¡Ay Virgencita! cuida a esos muchachos, porque a mí no me hacen caso.
Y tenía razón: los muchachos nunca hacen caso. Ni estos, ni su muchachito José, el que le quitó Dios hace ya tanto tiempo. Al recordarlo, no pudo evitar que las lágrimas rodaran por sus mejillas



Irene de Santos

martes, 18 de mayo de 2010

Y como todo lo malo que pueda ocurrir, efectivamente ocurrirá, Raúl, el ladrón que aguardaba en la camioneta, vió a Eva en el sótano. Le llamó la atención que ella hubiera llegado corriendo y aparentemente bastante asustada. En ese momento, recibió una llamada de sus cómplices, en la que le ordenaban que subiera a recogerlos, porque se tenían que ir de allí a toda prisa. Cuando empezaba a subir por la rampa, vió a Miguel que pasaba corriendo, pero decidió ignorarlo.
Cuando llegó a recoger a sus compañeros, el jefe ya había despertado y reclamaba airadamente por el fracaso del plan.
Entonces, Luis protestó:
- Todo fue por culpa de esos mocosos. Me hubieras dejado agarrarlos
- Yo creo que fue tu culpa, por andar disparando por todo el centro comercial, contestó el jefe
- Yo se donde están, intervino el chofer. Ví una muchacha y un muchacho en el sótano 1
- Vamos a buscarlos. no pudimos robar el banco, per podríamos pedir rescate por esos dos, apuntó Luis
- No es mala idea, observó el jefe y ordenó al chofer bajar al sótano
Mientras tanto, Eva y Miguel pensaron que había pasado el peligro. Estaban sentados en el suelo recobrando el aliento, cuando un chillido de cauchos de un vehículo que se desplazaba a gran velocidad les hizo temer lo peor

jueves, 6 de mayo de 2010

Mientras tanto, el ladrón se percató de que las sirenas todavía estaban lejos y se giró para retomar su camino hacia Eva y Miguel, pero no los vio. Ellos ya se habían ocultado detrás de unas palmeras enormes. Entonces, dudó por un momento sobre qué hacer, pero, para el horror de Eva y MIguel, se lanzó a correr hacia el jardín.
- Eva, agáchate y ve para allá,hacia las escaleras de emergencia y baja al Sótano 1. Nos vemos allá. Yo yoy a distraer al tipo ese. Tendremos más oportunidad de escapar si nos separamos
Dicho esto y mientras Eva se escabullía en dirección opuesta, Miguel salió corriendo hacia el ladrón. Este, perplejo, no reaccionó a tiempo y fue derribado. Al caer, se golpeó la cabeza contra el borde de un banco y quedó bastante aturdido. Por su parte, Miguel siguió corriendo sin parar hacia la entrada principal, con la intención de bajar al sótano por la rampa de acceso de vehículos, a encontrarse con Eva
- ¡Espero que no halla más ladrones allá abajo o habré envíado a Eva a la boca del lobo!
En ese momento se escuchó una detonación y un zumbido muy particular que cortó el aire y pasó rozando la oreja de Miguel. El sintió que algo le quemaba la cara y vio estrellarse en una pared de mármol, justo delante de él, un pequeño objeto. Aún no había captado qué pasaba cuando volvió a escuchar el mismo sonido. De pronto lo entendió:
- Este idiota ya se recuperó del golpe y me está disparando y ni siquiera se molesta en usar silenciador
Empezó a correr en zigzag para evitar las balas y aceleró su carrera hacia la entrada todo lo que pudo, cuando escuchó un tercer disparo. Esta balacera alertó a otro maleante, aparentemente el jefe, quien salió del banco a ver qué pasaba. Sólo alcanzó a ver el codo de Miguel justo antes de ser derribado de un seco golpe en la nariz. Quedó inconsciente, pero el ruido alertó a los demás ladrones, quienes pensaron que había llegado la policía y se prepararon a huir, aunque todavía no habían logrado abrir la caja fuerte y no tenían el dinero
- Vámonos de aquí ahora
- Pero no tenemos el dinero
- No importa. Si esas balas son de la policia iremos a la cárcel
- Llama a Raúl. Que suba la camioneta y nos largamos de aquí
- ¿Dónde está el jefe? y también falta Luis. ¿Será él quien dispara?
- Salgamos de aquí
Cuando salieron tropezaron con el cuerpo inconsciente del jefe y vieron al otro ladrón, Luis, que venía corriendo
- Voy a atrapar a ese desgraciado. Casi me mata, gritó mientras se frotaba la parte de atrás de la cabeza, donde recibió el golpe del banco y comprobaba que estaba sangrando.
- No hay tiempo para eso, dijo otro de los asaltantes. Vámonos ya
El ruido de las sirenas de policía cada vez se oía más cerca

CONTINUARA...