miércoles, 6 de octubre de 2010

Las lluvias de mayo




Las primeras lluvias de mayo golpeaban con fuerza ese sector de la costa. Habían comenzado cinco días atrás y, aunque variaban en intensidad, no cesaban ni de día ni de noche. Ya hacía varios días que no se veía el sol ni se escuchaba el canto de las aves. Era como si la lluvia se hubiera tragado a su paso los sonidos propios de la selva nublada. No había trinos de pájaros, ni el sonido del viento al pasar por los cocoteros; tan sólo esa lluvia pertinaz que no cesaba.
Los únicos que disfrutaban de ese clima eran los niños y gracias a Dios por ello. Sus risas alegres y sus chapoteos en los charcos rompían aquella melancolía. No podían ir al colegio porque el río estaba muy crecido y era peligroso pasar por el viejo puente.
Mientras tanto, una figura menuda recorría la calle de arriba a abajo, con la angustia pintada en el rostro. Una mujer avejentada prematuramente por los golpes del destino, con el blanco cabello enmarañado y un aspecto frágil y triste. Nada en ella permitía adivinar a la espléndida mujer que había habitado aquel cuerpo años atrás. Se trataba de la vieja María, quien intentaba desesperadamente alejar a los pequeños del peligro de las embravecidas aguas.
Con voz preocupada les decía:
- Niños, no jueguen tan cerca del río, que es peligroso. Vénganse para acá.
Al no lograr su cometido, rogaba, en voz baja:
- ¡Ay Virgencita! Cuida a esos muchachos, porque a mí no me hacen caso.


Había pasado mucho tiempo desde aquel día; tanto, que ya casi nadie lo recordaba. Sólo los ancianos del pueblo entendían el dolor de María y el tormento que la agobiaba al ver ese río crecido y escucharlo rugir, como reclamando un sacrificio.
Ellos sí se acordaban, los tres amigos que habían nacido, crecido y envejecido juntos en ese rincón del mundo. El mayor de todos era Eusebio, quien fuera el dueño de la bodega del pueblo, ya retirado. Evaristo, casi de su misma edad, era el tejedor de atarrayas, oficio que aprendió de su padre y el más joven era Segundo, nacido pescador, hijo y nieto de pescadores, quien estuvo a punto de cambiar la historia.
Estaban sentados en el porche de la casa de Eusebio, ubicada frente a plaza, desde donde se veía todo el pueblo. Todas las tardes se reunían allí, con sus recuerdos y sus historias.
Les causaba mucha pena ver a María con su sufrimiento a cuestas, cada vez que empezaban las lluvias de mayo.


Años atrás, María era una mujer hermosa, con ojos color avellana, más claros que el guayoyo recién colado, y una melena negra que caía sobre su espalda, como las cascadas en la montaña. Sus intensas ganas de vivir sólo podían ser contenidas por un cuerpo de recias carnes, cercado por una fina cintura. El baile era su pasión y el toque de tambor la expresión de su ser.
Vivía a las afueras de un pueblo cautivo entre la costa y las montañas, donde existía una relación íntima y profunda con la naturaleza. Ella, como una madre amorosa, garantizaba el sustento a sus pobladores, pero, en ocasiones, los castigaba severamente.
En lo profundo de esos poblados, se había erigido la iglesia de San Juan Bautista, cuyas celebraciones empezaban con una rigurosa misa al amanecer, seguida de una procesión, pero culminaban envueltas en un escenario de danzas ardientes, venidas de antiguas culturas africanas.
Era en esta parte de los festejos donde afloraban las destrezas de María. Todo el pueblo esperaba ansioso la llegada de cada veinticuatro de junio, día de San Juan, para poder admirarla y tratar de seguirle el paso en frenéticos bailes de tambor, que se prolongaban hasta el amanecer.
Ese año las fiestas del santo serían diferentes para ella. Bailaría con el alma, como siempre, pero encontraría un oponente a su altura, un hombre venido de lejos, que le llevaría el paso y le arrancaría el corazón.
Al atardecer, a la orilla del mar, se encendieron las hogueras y empezaron los repiques de tambor. El humo ascendía al cielo en honor al santo y el crepitar del fuego acompañaba el ritmo de los tambores, en un dueto perfecto.
Comenzó el baile. Los pies descalzos dejaban huellas en la arena, que más tarde atestiguarían el frenesí de la danza. Los cuerpos giraban una y otra vez, aparentemente sin rumbo, pero con un claro objetivo: permanecer en la blanda pista de baile el mayor tiempo posible. Nadie lo lograba. María los derrotaba uno a uno con las implacables cadencias de sus caderas.
Poco antes del amanecer, apareció un hombre alto, de anchos hombros y marcada musculatura. Su única vestimenta era un pantalón que apenas le llegaba hasta las rodillas; el resto de su cuerpo quedaba expuesto a la noche. Entró a la pista decidido.
La trigueña sintió su presencia y empezó a arrinconarlo, con la intención de correrlo de allí. Atacaba por la derecha, por la izquierda, siempre girando, pero no lograba obligarlo a retroceder. Él también giraba, la esquivaba y volvía girar en sentido contrario, anticipándose a sus movimientos. Finalmente, exhausta, ella se rindió. Ambos dejaron la húmeda pista de baile y se adentraron en la densa niebla. Nadie llegó a saber su nombre.


Meses después, un dolor intenso atravesó el cuerpo de María; como un puñal enterrado hasta lo más profundo de sus entrañas. Sentía que iba a partirse en dos. En la soledad de su casa, le rogaba a Dios que todo pasara rápido. Estaba asustada y sola, como siempre lo había estado. No tenía mamá, ni papá; los perdió cuando era niña. Tampoco tenía hermanos, ni primos. No tenía a nadie, aún.
Cada vez eran más cortas las pausas entre un dolor y otro. Recostada en su catre, empapada en sudor, esperaba. Llegó el momento y se le quitó el miedo, dando paso al valor y al aplomo que le dieron fuerzas para enfrentar ese último dolor inmenso, preludio de una nueva vida. Entonces, como traída por una ola del mar, envuelta en agua, llegó a sus brazos una criatura.
Era un varón hermoso, lo más bello que había visto en su vida. Lo llamaría Juan, en honor al santo, para no olvidar la fría madrugada cubierta de niebla, cuando se obró el pequeño milagro que ahora acunaban sus brazos.


Pasaron los años y Juan se convirtió en un niño muy desenvuelto para su edad. Al igual que a su mamá, la falta de padre lo obligó a crecer antes de tiempo. Su pasión era el colegio. Había aprendido a leer hacía poco y, desde entonces, siempre tenía un libro en las manos.
En las tardes, cuando ella regresaba de su trabajo en el campo, se sentaban los dos al frescor que propiciaba la sombra de un samán centenario. Él le leía los libros de cuentos que le conseguía el padre Luis, párroco del pueblo.
Allí pasaban horas enteras, mientras la luz de la tarde le permitía al pequeño llevar a su madre a tierras lejanas, de las que ella no había oído hablar. Escuchaba absorta relatos de dragones y santos y visitaba los palacios encantados, cuya ignorancia le había vedado.
Juan era su orgullo, su compañía, su vida entera. No se cansaba de darle gracias a Dios por haberle dado ese regalo tan maravilloso a ella, quien nunca había tenido nada.


Llovía copiosamente. El agua había golpeado con fuerza durante varios días las copas de los árboles, las piedras desnudas a lo largo del camino, las casas y se había ido colando debajo del suelo, aflojándolo cada vez más.
Las raíces de un inmenso samán intentaban, en vano, aferrarse a la tierra que se iba convirtiendo en fango. Además, el árbol mojado duplicaba su propio peso. Poco a poco, y después de cientos de años de lucha por tratar de alcanzar las nubes, se fue inclinando, hasta que, finalmente, el gigante se rindió y, en medio de un terrible estruendo, cayó.
Sucumbió al efecto de las aguas. Ese gigantesco Goliat había sido derrotado por un David transparente, cristalino y la mayoría de las veces, inofensivo.
Al desplomarse, aplastó una humilde vivienda y la hizo añicos. Al principio los vecinos no notaron nada, hasta que los perros empezaron a ladrar y a correr alrededor del gigante vencido. Luego, se dieron cuenta de que faltaba una casa, se acercaron al lugar y encontraron restos de paredes amarillas, de puertas y ventanas.
Escucharon gemidos salir desde adentro y trataron de llegar hasta ellos. Empezaron a trabajar a las dos de la tarde y para cuando terminaron, ya caía el atardecer de un plomizo miércoles.
Nadie podía sobrevivir a semejante impacto, pensaron, y decidieron mandar a buscar al sacerdote de la parroquia, al pueblo vecino. La lúgubre procesión le avisó al padre Luis, quien se apresuró a acudir en auxilio, ya no del pobre hombre, sino de su alma.
Toda una noche estuvo agonizando aquel desafortunado y toda una noche estuvo el padre Luis sujetándole la mano, orientando su espíritu hacia las manos del Creador, hasta que, con los primeros rayos del alba, el hombre expiró.
Ya era jueves. Agotado y conmovido el padre se recostó, cerró los ojos y se durmió. Soñó con los niños que iban al colegio, corriendo por la calle principal, frente a la iglesia. Los niños a los que esa mañana él no daría la bendición.


María salía a trabajar muy temprano. Pasaba cantando frente al abasto de Eusebio, donde se paraba a tomar el primer café del día. Él abría el negocio de madrugada, más que para vender, para saludar a quien pasara por allí. Ella siempre le encomendaba al niño. Con voz firme, le decía:
- Eusebio, Juan ya está levantado, se está preparando para ir a la escuela. Tienes que estar pendiente. Mira que eres su padrino.
Él replicaba contrariado – y ¿cuándo no he estado yo pendiente del muchachito? Tú sabes que lo quiero como a un hijo. Nunca entro al mostrador hasta que lo veo pasar y le echo la bendición.
- Sí negro ya lo sé, pero y ¿cómo hago yo? , añadía María, en tono de disculpa. Te lo tengo que recordar. Es que me cae un peso en el alma cuando salgo y lo dejo solo.


La mañana de ese jueves María no vio a Eusebio. Ya era hora de abrir la tienda y su compadre no aparecía. Esperó un rato, pero se le hacía tarde. Empujada por la prisa, no se le ocurrió entrar a buscarlo. Como no pensaba mandar a Juan al colegio ese día, no le dio importancia. Ya pasaría el compadre por su casa más tarde a verlo. Lo había dejado durmiendo y ya no tenía fiebre. ¿Qué podía pasarle?
Eusebio no vio pasar a María esa mañana. No le invitó el primer café del día, porque ni siquiera él lo había tomado. Llevaba bastante rato buscando las llaves para abrir el negocio. Molesto murmuraba:
- ¿Cómo es posible, Señor? Si esas llaves llevan colgadas ahí ya ni sé cuánto tiempo. Fue mi papá el que puso el clavo en la puerta de la cocina, para tenerlas a mano siempre, para cualquiera cosa que se ofreciera. Y el clavo seguía allí, no se había caído; eran las llaves las que no estaban.
El tiempo pasaba marcado, más que por el tic tac del reloj, por el repiqueteo acompasado de la lluvia sobre el techo de zinc, pero Eusebio no podía abrir.
Contrariado por la impotencia que produce no encontrar algo, llegó a pensar que el diablo en persona le había escondido las llaves “para jorobarle la paciencia”.


Era jueves. Antes del amanecer, en las tranquilas aguas del Caribe, Segundo lanzó sus redes en un lugar apartado. Nadie había faenado allí desde hacía mucho tiempo, por temor a las picúas que rompían los aparejos. Él, testarudo incorregible, no lo creía así.
- Allí debe haber bastante pesca, se decía.
- Eso de las picúas es puro cuento.
Esperó un largo rato y no ocurrió nada. El agua helada de la lluvia, fina y fuerte, punzante como dardos afilados, le magullaba la piel.
De repente, sintió una fuerte sacudida. La pequeña embarcación fue arrastrada hacia atrás con violencia varias veces; parecía que iba a zozobrar.
Impulsado por el instinto de supervivencia, tomó un arpón y saltó al agua. A pocos metros pudo ver un mero guasa enorme, que se había enredado en su red. Era un momento desesperado; debía ser muy cauto, porque si el fiero pez lo arrastraba y se enganchaba en la red, de seguro terminaría ahogado.
No podía sacar ese animal él sólo, y si no hacía algo pronto, perdería su peñero. Empezó a halar la malla hacia él hasta que, de repente, el pez dio un giro y logró zafarse. El peligro había pasado, pero la red quedó completamente enredada en las hélices del motor.
Cuando recuperó el aliento, tomó los remos y lentamente fue remando hacia la orilla. La lucha con aquel coloso de las profundidades lo había dejado agotado. No recordaba haber visto un pez tan grande en toda su vida.
Al llegar al muelle, ya había amanecido. Fue a buscar a Evaristo, el tejedor de atarrayas, para que lo ayudara a salvar la red. Luego de escuchar su increíble historia, Evaristo lo acompañó. Esa mañana no trabajaría en el frente de su casa.


Segundo y Evaristo iban de regreso al muelle, a tratar de salvar la red trabada en el motor. No era mucha la distancia que tenían que recorrer y caminaban sin prisa. Además, Segundo aún no se había recobrado completamente del susto y la fatiga de su singular aventura. Caminaban hacia el sur y el río les quedaba al este, a su mano izquierda. Toda la orilla estaba poblada por enormes cepas de bambú que crujían atemorizantes al paso del viento. Por momentos alcanzaban a ver el agua; después, quedaba oculta nuevamente por el bambú. Evaristo intuía algo de exageración en el relato de Segundo y le preguntó con picardía:
- ¿Y por qué no cortaste la malla?
- Porque está nuevecita. Lo último que quería hacer era dañarla, respondió Segundo.
- Yo creo que lo último que querías hacer era morirte, muchacho porfiado, repuso Evaristo.
- Y menos con esta lluvia que no se acaba. Nadie más salió a pescar, sólo tú. La corriente te hubiera llevado mar adentro y no te hubieran encontrado más nunca.
Al pasar por un claro, notaron que el río había empezado a salirse de su cauce. El nivel de las aguas subía rápidamente y un ronco rugido venía de lejos, de lo profundo de la montaña.
- Esto se está poniendo feo, advirtió Evaristo.
- Se ve que está lloviendo más duro en la cabecera. Una ola grande puede bajar de la montaña en cualquier momento.
Se detuvieron junto al río y vieron pasar ramas de árboles, nidos de pájaros y algunos troncos de bambú navegando con la corriente. A lo lejos alcanzaron a percibir algo diferente en el agua; pero no sólo flotaba, se movía, como retorciéndose. Subía y bajaba con el ondulante movimiento del caudal. Se acercaron a la orilla, y cuando el extraño objeto se encontraba a unos metros apenas, se dieron cuenta de qué se trataba.
Sin perder tiempo, Segundo se lanzó al agua, mientras Evaristo corría al pueblo a pedir ayuda. Sin embargo, al llegar a la plaza no encontró a nadie: aquel parecía un pueblo fantasma.
Por su parte, Segundo nadaba con todas sus fuerzas, pero los desechos que había arrastrado el río lo golpeaban una y otra vez y perdía momentos preciosos tratando de esquivarlos.
El objeto de su lucha se alejaba cada vez más. En una ocasión llegó a rozarlo con la punta de los dedos, pero el tronco de un jabillo le dio de lleno en la nuca y lo perdió de nuevo. No desmayó. Cuando ya no le quedaban fuerzas en el cuerpo, recurrió a las del alma.
Por fin, el río llegó a la playa, dónde se estrellaron una ola dulce y otra salada en un estruendoso choque, arrojando sobre la arena restos y hombre. Segundo corrió, pero comprendió que su esfuerzo había sido inútil. Había llegado demasiado tarde.


La fría mañana de ese jueves, María no mandó a Juan al colegio, porque había pasado la noche con fiebre y estaba lloviendo. Antes de salir a trabajar, le dijo que se quedara en la cama hasta su regreso. Él asintió medio dormido, se acurrucó bajo la cobija y se volvió a dormir.
Poco después despertó y pensó que se la había pasado la hora de levantarse y se le haría tarde para ir al colegio. No recordaba la conversación con su madre en la madrugada. Rápidamente se vistió y salió corriendo hacia la escuela.
Nadie lo vio pasar. Ni sus compañeros, que ya se habían ido; ni el padre Luis, que les daba la bendición todas las mañanas, pero había salido el día anterior a atender a un moribundo y aún no había regresado; ni Eusebio, el dueño del abasto, quien ese fatídico día abrió la tienda tarde, porque no encontraba las llaves; ni Evaristo, que siempre trabajaba a esa hora en el porche de su casa, frente al camino, pero había salido temprano con Segundo, a reparar una red.
Juan pasó como un fantasma por las calles del pueblo, totalmente invisible a las miradas que cotidianamente estaban allí, que debieron haber estado allí, y hubieran podido salvarle la vida.
La lluvia había arreciado y el río estaba muy crecido. Él, inocente y ajeno al peligro que le aguardaba más adelante, corría. Sólo pensaba en llegar a la escuela a tiempo. Y llegó al puente, por última vez en su corta vida.

Sebastián



Sebastián es un niño todoterreno. Decir que es adorable, muy simpático, lindísimo y educado es dejar de lado la mayor de sus virtudes: es un guerrero urbano. Como muchos niños de nuestro tiempo, emigra desde su tibia camita demasiado temprano, para cubrir su apretada agenda. Se sienta con su mami a desayunar cereal, mientras planea mentalmente las actividades del día: halarle las colitas a Laura, colorear con los creyones de cera, aunque tenga que arrancárselos a Miguel, y hacerle entender a la maestra que compartir sus juguetes preferidos no es una opción. ¡Ah, si! , también tiene que crecer y aprender cosas de adultos; debe recordar que ya no usa pañales y necesita pedir permiso para ir al baño.
Desde esa edad en la que las personas todavía no tienen nada de que arrepentirse, guarda una relación muy especial con su amigo Chiquitín, quien aparece junto a él en la foto. Y es que los niños y los animales manejan un código secreto de comunicación, ajeno a muchos adultos. Sólo aquellos que aún no han perdido su alma de niños se entienden con los animales desde el corazón.

Dedicado a Florángel Quintana

Marqués de Carrión

Con la caída de la tarde hizo su entrada triunfal al palacio de la familia Sáenz Linares Don Alonso Francisco Osorio y Guzmán, Marqués de Carrión. Era un hombre viejo, enfundado en un ceñido traje de seda, con una larga peluca blanca que debía ocultar un secreto no muy bien guardado: su cabeza era lisa como una bola de cristal, totalmente desprovista de cabello. Tenía los ojos vidriosos, que profetizaban el advenimiento de cataratas y su afición al rapé le mantenía continuamente enrojecida la cara externa de las fosas nasales. Además, los excesos en la comida le habían desarrollado una barriga descomunal. Los lujos, la bebida, los viajes, los trajes y las malas inversiones le habían arruinado el físico, la salud y el patrimonio. Sólo le quedaba su título y el vetusto castillo de la familia. Todavía no conocía a la novia. La había visto desde lejos un par de años atrás, cuando formalizaron la unión, pero desde entonces no la había visitado. Entró al gran salón, inspeccionándolo todo, calculando a cuanto ascendería la generosa dote de su suegro.

Vicente López Alcalá

Edad: 18 años
Estado civil: solero.
Profesión: músico. Aunque toca varios instrumentos, prefiere la flauta. Compone y enseña
Posición social: pobre ilustrado.
Familia: es el menor de dos hermanos, huérfano de madre. Su padre es músico y maestro de escuela. Su hermano es actor de teatro.
Nacionalidad: española.

Características físicas: alto, delgado, de anchos hombros, dotado de una abundante cabellera negra que le cae en suaves rizos hasta los hombros y enmarca un rostro muy viril de facciones geométricas bien definidas. Profundos ojos negros, de mirada penetrante, capaz de adentrarse hasta el corazón de cualquier joven romántica y soñadora. Voz gruesa y aterciopelada.
Rasgos emocionales: alegre, despreocupado, divertido y con un carisma casi hipnótico: todo el que le conoce siente afecto por él de inmediato. Amable, todo un caballero. Disfruta ayudando a los demás. Amigo fiel, no soporta la traición ni tolera la mentira. Detesta la injusticia. Romántico y apasionado. Cree que en la vida de un hombre sólo hay espacio para un único gran amor. Algo melancólico y muy sensible. Sufrió muchísimo con la muerte de su madre. Se adapta con facilidad a las circunstancias, porque ante todo es un sobreviviente.
Aficiones: le gusta la buena mesa y más aún, el buen vino. Aunque en su casa no abunden esas cosas, las recibe cuando trabaja en la casa de algún adinerado, como músico contratado para amenizar fiestas. Sabe apreciarlas. También le encantan las juergas nocturnas por la calle con los amigos y siempre está a la orden para asistir en cualquier serenata, no importa la hora.

Clara Sáenz Linares

CLARA SÁENZ LINARES

Edad: quince años. Nacida en Cádiz, en una familia sumamente adinerada, en 1769.

Hija de Federico Sáenz de Suazo y María Teresa Linares Fernández

Es la mayor de dos hermanas, para desgracia de su padre, quien quería un varón que en el futuro pudiera tomar las riendas de su próspero negocio. Sin embargo, su madre considera que su sexo puede ser muy conveniente.

De piel muy blanca, abundante cabellera rojiza, muy rizada y ojos verdes. Es bajita y muy delgada. Pesa tan poco que apenas hace ruido al andar. No aparenta la edad que tiene, parece menor, luce como una niña. Su voz es muy delicada.

Come como un pajarito, excepto cuando de dulces se trata. Lo único que devora con voracidad son los pasteles que le prepara Dulce María, su aya, quien la consiente con el pretexto de “…que algo tiene que comer la niña, o se nos va a enfermar”

De carácter muy dulce, cariñosa y compasiva. Le gustan mucho las historias románticas. Sueña con el príncipe encantado que la rescatará algún día.

Su salud es bastante frágil. Se enferma con frecuencia, pero su mayor mal son los nervios. La mayoría de sus enfermedades son producto del terror que le tiene a su mamá. Por extensión, todo la asusta: una conversación de tono elevado, el ruido que produce un objeto al caerse, el sonido que emiten los animales, etc.

Adora la poesía y es una gran declamadora. Recita de memoria versos de amor en eventos familiares. También tiene una gran afición por la música, aunque no aprendió a tocar ningún instrumento. Sin embargo, baila muy bien. Tiene buen oído.

Su mayor habilidad es el bordado. Quienes han visto sus trabajos afirman que tiene manos de oro. Ha hecho trabajos extraordinarios para vestir el altar de la iglesia. En la actualidad, está bordando su ajuar, aunque no avanza nada rápido. Su madre, impaciente, le dijo que buscara ayuda, porque con ajuar o sin él, debe casarse al cumplir los dieciséis años y sólo faltan unos pocos meses.

Es reservada y algo melancólica. Se siente frustrada por la imposición de su familia de casarse con un Marqués, que para colmo es un viejo feísimo y nada simpático. No tolera la idea de que su única función en la vida sea la de dotar a su familia de un título nobiliario. Son riquísimos, pero la ambición desmedida de su madre la hará sacrificar su felicidad por ser Marquesa.
Su poeta favorito: Garcilaso de la Vega:

SONETO V
Escrito está en mi alma vuestro gesto,
y cuanto yo escribir de vos deseo;
vos sola lo escribisteis, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.
En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.
Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma mismo os quiero.
Cuando tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.

Julia Risquez

Nombre: Julia Rísquez
Edad: 27 años
Estado civil: soltera
Profesión: abogada. Graduada con honores. Planea hacer un postgrado en derecho tributario en España
Posición social: clase media alta
Idiomas: inglés y francés

Cualidades físicas: no es muy alta, pero es preciosa. Una espesa melena negra adorna el contorno de su blanca tez. Sus ojos son color miel, enmarcados por espesas cejas negras, con curvatura natural. Además, tiene un cuerpo voluptuoso, muy atractivo. Piernas bien torneadas.
Voz cálida, aterciopelada, de tono grave.
Es coqueta, pero no tiene ningún reparo en bajar al jardín del edificio en bata, a pasear al perro, si se le hace tarde. En caso contrario, siempre anda de punta en blanco.

Rasgos emocionales: es maniática de la puntualidad, al punto de parecerle una falta de respeto que la hagan esperar, aunque sea cinco minutos.
Es solidaria. Le gusta ayudar a los demás.
En el amor no ha sido muy afortunada. Su actual novio, Sergio, no termina de hacerle sentir mariposas revoloteando en la boca del estómago. Amó mucho a Andrés, su primer amor. No siente lo mismo por Sergio. Lo atribuye a la edad, ya que era mucho más joven cuando se enamoró de Andrés.
Aunque es dulce y cariñosa, se transforma en una fiera cuando defiende una causa justa o a una víctima maltratada.
Es valiente, no porque nada la asuste, al contrario, muchas cosas le dan miedo (quedarse encerrada, el cáncer, que la secuestren, morir ahogada, que la asalten cuando regresa a su casa de noche, tarde y manejando sola), pero las enfrenta. No deja de vivir su vida por estos temores. Es católica, pero no le perdona a Dios la muerte de su madre. Su papá es su héroe.
No es buena administradora. Gasta más de lo que gana y se ve en apuros por ello.
Es un alma libre. No entiende, ni acepta los regímenes totalitarios. Los compara con la esclavitud.

jueves, 22 de julio de 2010

Aprender a ser yo

Elisa estaba sentada en el patio del colegio, esperando su turno para reunirse con los profesores de su hijo. Con algo de nostalgia, veía a los niños jugar. Le parecía que fue apenas ayer cuando llevó a su pequeño de la mano a presentar el examen de admisión, pero no; habían pasado ya once años desde aquel día y catorce desde que lo hizo con su hija mayor.
No tenía prisa. Se había propuesto disfrutar ese último momento; esa última entrega de boleta. Además, no había motivo de que preocupación, las calificaciones de José eran excelentes y había logrado ingresar a la mejor universidad del país, en la cual su hija mayor iba por la mitad de la carrera. Ya todo estaba hecho.
-¿Ahora qué vendrá?-se preguntaba-A reinventarme de nuevo. Aprendí a ser estudiante, hasta que se me acabó la carrera y aprendí a trabajar. Aprendí a ser novia, hasta que me casé. Entonces aprendí a ser esposa y luego, aprendí a estar embarazada. Después aprendí a ser mamá, aun cuando descubrí con horror que los niños vienen sin manual. Aprendí a buscar pediatra y a no estar de acuerdo con él. Aprendí a buscar cupo en colegios, a asistir a reuniones y a apertrecharme con un arsenal de marcadores de colores, cartulinas, plastilina y paletas de helado, para cuando mis pequeños me entregaban los domingos en la noche la circular arrugada, que había paseado varios días en el bulto, en la cual las maestras me pedían cualquiera de estos materiales. En los colegios, también aprendí a dejar de ser yo para convertirme en la mama de. Aprendí a aguardar rezando durante eternos exámenes de admisión en varias universidades. Aprendí a organizar sacramentos, ya llevo seis; tres por cada hijo, y todo esto sin descuidar mi trabajo, para el que nunca estuve preparada y que también ha de cambiar pronto.
Ya llevo casi medio siglo parada en este planeta y ahora tengo que aprender a ser yo de nuevo. A partir de hoy, después de la última firma en el libro de informes, la cual de alguna manera pone fin a este contrato, ya no seré más la mamá de. Adoro a mi familia, pero seré libre de nuevo. Ahora tengo que aprender a ser yo-
En ese momento, su sexto sentido, agudizado durante años en ese mismo patio, le advirtió de un proyectil que se aproximaba veloz a su cabeza y abandonó sus meditaciones. Volvió a la realidad justo a tiempo para atrapar el balón que había pateado uno de los niños. Deliberadamente lo retuvo y esperó que su dueño se le acercara, pero llegó su turno y en un último acto académico lo chutó directo a puerta y se anotó otro gran gol.

sábado, 10 de julio de 2010

La estación

A través de los cristales del techo abovedado de la estación de trenes se empezaba a filtrar la luz de la mañana. A su antojo brillaba el mármol travertino de pisos y paredes y el pulido bronce de los postes que sujetaban largas cintas forradas de terciopelo rojo, las cuales guiaban a los pasajeros hacia la venta de boletos.
Detrás del mostrador, en lo alto de la pared, cuya descomunal altura la daba al recinto un aspecto solemne de catedral, una enorme cartelera informaba los itinerarios de los trenes que llegaban y salían de la estación con rigurosa puntualidad.
El personal de la Agencia General Ferroviaria ya ocupaba sus puestos de trabajo, enfundado en su inconfundible traje azul marino. Diligentes, atendían al cada vez más creciente número de viajeros, que comenzaba a alinearse en ordenadas filas ante las taquillas.
Largas cadenas humanas desaparecían en el interior de los vagones, para emigrar desde los suburbios hacia sus empleos en la gran ciudad, en medio del silbido de las locomotoras, el traqueteo característico de los rieles y el resoplido de vapor de sus máquinas. Al final de la tarde, las puertas acristaladas liberaban masas ingentes de rostros cansados que retornaban a sus hogares.


Por Irene de Santos

domingo, 4 de julio de 2010

Escena de la película: El secreto de sus ojos

El escritor inicia una novela

Rodeado por el silencio de la noche y envuelto en una luz tenue, un escritor comenzaba a escribir su primera novela. El papel en blanco desplegado frente a él, que pareciera retarlo a empezar, era el enemigo a vencer. Estaba armado con un cuaderno, una estilográfica y el recuerdo de un suceso violento, que le cambió la vida veinticinco años atrás.
Cuánto le costaba elegir el mejor camino para adentrarse en una historia de la que él formaba parte. Enfocaba el primer capítulo de la trama desde tres ángulos diferentes: la emotiva despedida de un hombre y una mujer en una estación de trenes; el último desayuno de una joven pareja y la terrible violación de una mujer.
Con rabia desechaba una escena tras otra, arrugando el papel en el cual la había escrito y lanzándolo al cesto de la basura. Sin embargo, cuando interrumpe la narración del crimen, pliega la hoja con delicadeza, casi con ternura, como si al estrujarla cometiera una afrenta contra la memoria de la víctima.


Por Irene de Santos

martes, 22 de junio de 2010

Escena de la teta asustada - el pago prometido

Fausta corría por las calles aún desiertas de su barrio, poco antes del amanecer. Había salido decidida a casa de su patrona, a reclamar el pago prometido por su canto. Estaba dispuesta a enfrentar a sus demonios para lograrlo.
Al llegar al mercado aminoró la marcha, pero no disminuyó su determinación. A pesar de que nadie la acompañaba, logró atravesar los estrechos pasadizos flanqueados por mercaderías y miradas curiosas. Logró llegar a su destino
En la habitación de la señora, vio la foto de un militar, que parecía acecharla desde su posición frente a la entrada. Todavía la dueña de la casa y su acompañante dormían y a un lado de la cama había una hilera de hermosas perlas, esparcidas sobre la alfombra.
Reunió todo su valor y se agachó. Fue gateando sigilosamente, tomando con mucha cautela el blanco tesoro, bien ganado. Nadie notó su presencia.
Salió al jardín y avanzó hasta el portón donde, con un gran esfuerzo, logró accionar el mecanismo que lo abría, pero no pudo continuar; se desmayó



Por Irene de Santos

Escena de la teta asustada - frente al mar

Frente al mar

Desde la parte trasera de la camioneta de su tío Fausta escudriña el horizonte de la hermosa costa peruana, buscando el lugar perfecto para dar sepultura al cuerpo de su madre. Ha decidido llevarla al mar, donde los muertos alivian sus cargas y lavan sus penas. Su familia la acompaña.
Al encontrar el sitio deseado, le pide a su tío que se detenga y baja. Emprende la marcha con paso firme, sobre las ondulantes dunas de arena, siempre cambiantes al capricho del viento. Lleva el cuerpo en hombros. Es un trayecto muy difícil; sus pasos dejan profundas huellas en la arena, sólo comparables a su determinación.
Llegan a la playa, donde la arena gris, casi blanca, contrasta con el azul intenso del cielo y el agua. No se ve un alma; están completamente solas ante la inmensidad del imponente paisaje, en íntima comunión con él.
La madre yace sobre la arena, mientras la hija la invita a contemplar el mar. Con gran ternura le habla en quechua, la lengua sagrada de sus ancestros.


Por Irene de Santos

martes, 15 de junio de 2010

Escena de la película la teta asustada

Fausta esperaba en su cuarto. Permanecía sentada con la espalda muy recta. Se la veía tensa. Al oír el timbre de servicio, emprendió una marcha lenta hacia el cuarto de su patrona. Sus pasos eran cautelosos.
Vio a la señora colgando un cuadro. Esta, sin volverse a mirarla, le tendió un taladro. Mientras lo sostenía, contempló su imagen reflejada en el vidrio de una fotografía antigua. El peso del aparato la obligó a subirlo hasta recostarlo en su hombro.
Entonces, notó que la figura que le devolvía el improvisado espejo se parecía mucho a la de un hombre armado, el mayor de todos sus temores, el que la acosaba desde antes de nacer.
El miedo le hizo sangrar la nariz y corrió a la cocina a lavarse. Comenzó a cantar en quechua, para alejar el temor.

martes, 8 de junio de 2010

Consejos para quienes nos iniciamos en el arte de escribir

Investigando a cerca del cuento, me encontré con esta perla, de Mario Vargas Llosa. Quisiera compartirla con ustedes:

Consejos para escritores noveles
Consejos a un joven novelista (Mario Vargas Llosa)

1- Sólo quien entra en literatura como se entra en religión, dispuesto a dedicar a esa vocación su tiempo, su energía, su esfuerzo, está en condiciones de llegar a ser verdaderamente un escritor y escribir una obra que lo trascienda.

2- No hay novelistas precoces. Todos los grandes, los admirables novelistas, fueron, al principio, escribidores aprendices cuyo talento se fue gestando a base de constancia y convicción.

3- La literatura es lo mejor que se ha inventado para defenderse contra el infortunio.

4- En toda ficción, aun en la de la imaginación más libérrima, es posible rastrear un punto de partida, una semilla íntima, visceralmente ligado a una suma de vivencias de quien la fraguó. Me atrevo a sostener que no hay excepciones a esta regla y que, por lo tanto, la invención químicamente pura no existe en el dominio literario.

5- La ficción es, por definición, una impostura -una realidad que no es y sin embargo finge serlo- y toda novela es una mentira que se hace pasar por verdad, una creación cuyo poder de persuasión depende exclusivamente del empleo eficaz de unas técnicas de ilusionismo y prestidigitación semejantes a las de los magos de los circos o teatros.

6- En esto consiste la autenticidad o sinceridad del novelista: en aceptar sus propios demonios y en servirlos a la medida de sus fuerzas.

7- El novelista que no escribe sobre aquello que en su fuero recóndito lo estimula y exige, y fríamente escoge asuntos o temas de una manera racional, porque piensa que de este modo alcanzará mejor el éxito, es inauténtico y lo más probable es que, por ello, sea también un mal novelista (aunque alcance el éxito: las listas de bestsellers están llenas de muy malos novelistas).

8- La mala novela que carece de poder de persuasión, o lo tiene muy débil, no nos convence de la verdad de la mentira que nos cuenta.

9- La historia que cuenta una novela puede ser incoherente, pero el lenguaje que la plasma debe ser coherente para que aquella incoherencia finja exitosamente ser genuina y vivir.

10- La sinceridad o insinceridad no es, en literatura, un asunto ético sino estético.

11- La literatura es puro artificio, pero la gran literatura consigue disimularlo y la mediocre lo delata.

12- Para contar por escrito una historia, todo novelista inventa a un narrador, su representante o plenipotenciario en la ficción, él mismo una ficción, pues, como los otros personajes a los que va a contar, está hecho de palabras y sólo vive por y para esa novela.

13- El de las novelas es un tiempo construido a partir del tiempo psicológico, no del cronológico, un tiempo subjetivo al que la artesanía del novelista da apariencia de objetividad, consiguiendo de este modo que su novela tome distancia y diferencie del mundo real.

14- Lo importante es saber que en toda novela hay un punto de vista espacial, otro temporal y otro de nivel de realidad, y que, aunque muchas veces no sea muy notorio, los tres son esencialmente autónomos, diferentes uno de otro, y que de la manera como ellos se armonizan y combinan resulta aquella coherencia interna que es el poder de persuasión de una novela.

15- Si un novelista, a la hora de contar una historia, no se impone ciertos límites (es decir, si no se resigna a esconder ciertos datos), la historia que cuenta no tendría principio ni fin

El secreto de sus ojos

El secretario Espósito entra a la habitación donde se ha perpetrado un asesinato. Descubre en el suelo el cuerpo desnudo y macerado a golpes de una mujer joven. La brutalidad de la escena lo impacta. Hay signos de violencia por doquier: sábanas ensangrentadas, objetos rotos, desorden. Las evidencias de este acto despiadado impresionan al funcionario, quien se queda sin habla y deja de escuchar las palabras pronunciadas a su alrededor. Recorre el cuarto con la mirada y ve las fotografías de una mujer bella, joven y feliz; en ellas reconoce a la víctima. Vuelve a mirar el cadáver, al que, en ese momento, una mano enfundada en un frío guante plástico, le cierra los ojos. Ve como cubren el cuerpo con una manta y regresa a la realidad. Ya no intenta dejar la causa, la hace suya

martes, 25 de mayo de 2010

La mano del destino

José era un niño bastante tranquilo. Aunque sólo tenía ocho años, se desenvolvía muy bien para su edad. El hecho de no tener padre lo había obligado a madurar más rápido que los otros niños
Esa mañana su mamá no lo mandó al colegio, porque había pasado la noche con fiebre y estaba lloviendo. Antes de salir a trabajar le dijo que se quedara en la cama hasta su regreso. Él se volvió a dormir
Sin embargo, más tarde despertó y pensó que se había quedado dormido. No recordaba la conversación con su madre en la madrugada. Rápidamente se vistió y salió corriendo hacia la parada de autobús
Nadie lo vio pasar. Ni sus compañeros de clase, que ya se habían ido; ni Eusebio, el dueño del abasto, quien ese fatídico día abrió la tienda tarde, porque no encontraba las llaves; ni el padre Juan, que les daba la bendición todas las mañanas, pero había salido a visitar a un enfermo; ni Evaristo, que siempre trabajaba a esa hora en el porche de su casa, frente al camino, pero había salido temprano con los pescadores, porque una red se había enredado en un motor. José pasó como un fantasma por las calles del pueblo, totalmente invisible a las miradas que cotidianamente estaban allí, que debían haber estado allí, y que hubieran podido salvarle la vida
La lluvia había arreciado y el río estaba muy crecido. Él inocente y ajeno al peligro que le aguardaba más adelante, corría. Sólo pensaba en llegar a la escuela a tiempo. Y llegó al puente, por última vez en su corta vida

lunes, 24 de mayo de 2010

Eran las dos de la tarde

Eran las dos de la tarde de un domingo de marzo y un calor aplastante mantenía la ciudad ausente de vida. No se escuchaba el canto de los pájaros, seguramente ocultos al abrigo de la sombra de los árboles. Los ladridos de los perros, la risa de los niños y la campanita del heladero también habían desaparecido. La total ausencia de sonidos hacía pensar que allí no habitaba ningún ser viviente. Tampoco había gente en las calles. El pulso vital de la ciudad se había detenido por efecto del infernal clima
De pronto, un evento dantesco acabo con aquella calma obligada: un pavoroso incendio se desató en las faldas de la montaña protectora del otrora majestuoso valle, devorándolo todo a su paso. Las espantosas llamas alcanzaron una altura colosal en cuestión de segundos, alimentadas, tanto por los secos pastos, como por una repentina brisa que elevaba las lenguas de fuego, convirtiéndolas en remolinos que ascendían rápidamente hacia la cumbre
La ciudad volvió a la vida de repente. Advertida por el humo y el olor a muerte, la gente salió a las calles para atestiguar la destrucción del maravilloso jardín natural, que más que rodearlos, les pertenecía. Todas las conversaciones acusaban tonos de duelo en la voz. Era como si a cada uno de los vecinos se le estuviera quemando su propia casa
En medio de aquella angustia colectiva, la pregunta de rigor era planteada repetidas veces: ¿habrá sido provocado? Aunque nadie se atrevía a contestar, todos conocían la respuesta

jueves, 20 de mayo de 2010

Andrés y el chino

Andrés y el chino eran dos almas gemelas. Se conocieron cuando niños, unos siete años atrás, y desde entonces no se separaron más nunca. Donde iba uno, iba el otro. Si uno se sentía mal en el colegio y se regresaba a su casa, el otro lo acompañaba. Hasta parecía que se leían el pensamiento, porque cuando uno agarraba el balón de fútbol para salir a jugar, ya el otro lo estaba esperando en la calle
Un domingo en la noche, sonó el timbre de la casa del chino. Cuando su papá abrió la puerta, se encontró a un hombre alto, de unos treinta y tantos años, quien le preguntó si allí vivía un niño con la descripción de su hijo. Ante la respuesta afirmativa, el visitante le contó que tenía la firme sospecha de que su hijo y otro niño, le habían vaciado dos cauchos del carro.
Extrañado ante este inusual comportamiento, lo llamó. Como padre, tenía que darle el beneficio de la duda y así, cuando el muchacho bajó, le preguntó si era cierto lo que aquel hombre afirmaba. Con mucho valor y su fiel amigo a su lado, el chino confesó:
- Sí papá, fuimos nosotros
- Y ¿por qué hicieron algo así?
- Porque nosotros le dijimos que no se parara ahí, porque estábamos jugando futbol, respondió
- Bueno hijo, pero eso no te da derecho para vaciarle los cauchos al carro del señor
En ese momento saltó Andrés indignado
- Sí señor, sí le da derecho. Es más, quien le vació los cauchos fui yo, porque el chino le pidió por favor que no se parara ahí y el nos contestó: “yo me paro donde me de la gana, carajitos de mierda”. Y a mi amigo nadie le habla así. Él se lo había pedido “por favor”

Fin del cuento

Les voy a contar el final del cuento rapidito, ya que planeo reestructurar la página y no quisiera dejar sin conocer el final a aquellas personas que hayan tenido la delicadeza de acompañar a Eva y a Miguel hasta ahora.
De ahora en adelante encontrarán en este blog escenas cortas, espero que las disfruten
Como se podrán imaginar, efectivamente los ladrones atrapan a Eva y a Miguel en el sótano y los secuestran, pero cuando ya están a punto de escapar, llega la policía y los detiene.
La emoción y el temor vividos esa mañana, les hacen comprender que sí es algo más que amistad lo que sienten el uno por el otro y, esa misma noche, en la fiesta,
se declaran su amor y viven felices para siempre.

A continuación, las escenas

Las primeras lluvias de mayo golpeaban con fuerza ese sector de la costa. Habían comenzado cinco días atrás y, aunque variaban en intensidad, no cesaban ni de día ni de noche. Ya hacía varios días que no se veía el sol y que no se escuchaba el canto de los pájaros. Era como si la lluvia se hubiera tragado a su paso los sonidos propios de la selva nublada. No había trinos de pájaros, ni el sonido del viento al pasar por los cocoteros; tan sólo esa lluvia pertinaz que no cesaba.
Los únicos que disfrutaban de ese clima eran los niños y gracias a Dios por ello. Sus risas alegres y sus chapoteos en los charcos rompían aquella melancolía. No podían ir al colegio porque el río estaba muy crecido y era peligroso pasar por el viejo puente. Podían ser arrastrados por la corriente, como sucedió una vez, quince años atrás.
Mientras tanto, una figura menuda recorría la calle de arriba a abajo, con la angustia pintada en el rostro. Era la vieja María, quien intentaba desesperadamente alejar a los pequeños del peligro que representan las embravecidas aguas. Con voz preocupada les decía:
- Niños, no jueguen tan cerca del río, que es peligroso. Vénganse para acá.
Y al no lograr su cometido, rogaba para sus adentros,
- ¡Ay Virgencita! cuida a esos muchachos, porque a mí no me hacen caso.
Y tenía razón: los muchachos nunca hacen caso. Ni estos, ni su muchachito José, el que le quitó Dios hace ya tanto tiempo. Al recordarlo, no pudo evitar que las lágrimas rodaran por sus mejillas



Irene de Santos

martes, 18 de mayo de 2010

Y como todo lo malo que pueda ocurrir, efectivamente ocurrirá, Raúl, el ladrón que aguardaba en la camioneta, vió a Eva en el sótano. Le llamó la atención que ella hubiera llegado corriendo y aparentemente bastante asustada. En ese momento, recibió una llamada de sus cómplices, en la que le ordenaban que subiera a recogerlos, porque se tenían que ir de allí a toda prisa. Cuando empezaba a subir por la rampa, vió a Miguel que pasaba corriendo, pero decidió ignorarlo.
Cuando llegó a recoger a sus compañeros, el jefe ya había despertado y reclamaba airadamente por el fracaso del plan.
Entonces, Luis protestó:
- Todo fue por culpa de esos mocosos. Me hubieras dejado agarrarlos
- Yo creo que fue tu culpa, por andar disparando por todo el centro comercial, contestó el jefe
- Yo se donde están, intervino el chofer. Ví una muchacha y un muchacho en el sótano 1
- Vamos a buscarlos. no pudimos robar el banco, per podríamos pedir rescate por esos dos, apuntó Luis
- No es mala idea, observó el jefe y ordenó al chofer bajar al sótano
Mientras tanto, Eva y Miguel pensaron que había pasado el peligro. Estaban sentados en el suelo recobrando el aliento, cuando un chillido de cauchos de un vehículo que se desplazaba a gran velocidad les hizo temer lo peor

jueves, 6 de mayo de 2010

Mientras tanto, el ladrón se percató de que las sirenas todavía estaban lejos y se giró para retomar su camino hacia Eva y Miguel, pero no los vio. Ellos ya se habían ocultado detrás de unas palmeras enormes. Entonces, dudó por un momento sobre qué hacer, pero, para el horror de Eva y MIguel, se lanzó a correr hacia el jardín.
- Eva, agáchate y ve para allá,hacia las escaleras de emergencia y baja al Sótano 1. Nos vemos allá. Yo yoy a distraer al tipo ese. Tendremos más oportunidad de escapar si nos separamos
Dicho esto y mientras Eva se escabullía en dirección opuesta, Miguel salió corriendo hacia el ladrón. Este, perplejo, no reaccionó a tiempo y fue derribado. Al caer, se golpeó la cabeza contra el borde de un banco y quedó bastante aturdido. Por su parte, Miguel siguió corriendo sin parar hacia la entrada principal, con la intención de bajar al sótano por la rampa de acceso de vehículos, a encontrarse con Eva
- ¡Espero que no halla más ladrones allá abajo o habré envíado a Eva a la boca del lobo!
En ese momento se escuchó una detonación y un zumbido muy particular que cortó el aire y pasó rozando la oreja de Miguel. El sintió que algo le quemaba la cara y vio estrellarse en una pared de mármol, justo delante de él, un pequeño objeto. Aún no había captado qué pasaba cuando volvió a escuchar el mismo sonido. De pronto lo entendió:
- Este idiota ya se recuperó del golpe y me está disparando y ni siquiera se molesta en usar silenciador
Empezó a correr en zigzag para evitar las balas y aceleró su carrera hacia la entrada todo lo que pudo, cuando escuchó un tercer disparo. Esta balacera alertó a otro maleante, aparentemente el jefe, quien salió del banco a ver qué pasaba. Sólo alcanzó a ver el codo de Miguel justo antes de ser derribado de un seco golpe en la nariz. Quedó inconsciente, pero el ruido alertó a los demás ladrones, quienes pensaron que había llegado la policía y se prepararon a huir, aunque todavía no habían logrado abrir la caja fuerte y no tenían el dinero
- Vámonos de aquí ahora
- Pero no tenemos el dinero
- No importa. Si esas balas son de la policia iremos a la cárcel
- Llama a Raúl. Que suba la camioneta y nos largamos de aquí
- ¿Dónde está el jefe? y también falta Luis. ¿Será él quien dispara?
- Salgamos de aquí
Cuando salieron tropezaron con el cuerpo inconsciente del jefe y vieron al otro ladrón, Luis, que venía corriendo
- Voy a atrapar a ese desgraciado. Casi me mata, gritó mientras se frotaba la parte de atrás de la cabeza, donde recibió el golpe del banco y comprobaba que estaba sangrando.
- No hay tiempo para eso, dijo otro de los asaltantes. Vámonos ya
El ruido de las sirenas de policía cada vez se oía más cerca

CONTINUARA...

jueves, 29 de abril de 2010

A la mañana siguiente, Miguel estaba en casa de Eva a las nueve en punto. Fue su hermano menor quien le abrió la puerta y lo invitó a pasar

- Hola Miguel, pasa. Eva ya viene
- Gracias, Carlos. ¿Cómo estás? ¿Que tal el colegio?
- Bien, vale. No me quejo

En ese momento, Eva bajó corriendo las escaleras

- Hola Miguel. Ya estoy lista. Carlos, dile a mamá que fui con Miguel al centro comercial a comprar el regalo de Clara
- Claro Eva. No te preocupes que yo le digo
- Gracias, chao

Llegaron al centro comercial justo cuando estaban abriendo las tiendas. Todavía no había mucha gente y el ambiente era muy fresco. El Platinum Center, así se llamaba el centro comercial, era un lugar realmente agradable. Sólo tenía cuatro pisos y era totalmente abierto. En el centro contaba con un gran jardín con bancos de madera, donde podías sentarte a charlar o a comerte un helado. Todas las tiendas daban hacia ese jardín y desde los bancos se podían visualizar casi todas las vitrinas

- Y bien Eva, ¿qué tienes en mente para Clara?
- No lo he decidido aún, pero creo que algo para la playa le gustaría. Podría ser un bolso y un pareo
- Buena idea, tu le compras el bolso y yo el pareo
- ¡No tarado! Creo que tu podrías regalarle un CD
- ¿Qué música le gusta?, pregunto Miguel
- Cualquier cosa menos Regetón. Lo odia

En esas trivialidades se encontraban, cuando de pronto se oyó un gran estruendo; Una explosión estremeció todo el edificio. Después se empezaron a oir las alarmas de los locales, chillidos de frenos de carros, cristales rotos que caían y gente que gritaba y corría en todas direcciones.

Instintivamente, Miguel tomó a Eva de la mano y la hizo correr hacia afuera, pero cuando iban llegando a la entrada principal, vieron que esta estaba cubierta de escombros y varios hombres encapuchados y armados corrían hacia la agencia del Banco de Comercio, que quedaba a tan sólo unos metros delante de ellos y entraban a través de los restos de las puertas de cristal, que habían saltado por los aires, hechas añicos, momentos atrás

En ese momento, uno de los asaltantes reparó en su presencia y empezó a correr hacia ellos, pero se detuvo abruptamente al escuchar las sirenas de la policía que ya se acercaba al lugar y volteó en dirección a la entrada principal.

Miguel no perdió ni un segundo y arrastró a Eva hacia el jardín, buscando el refugio protector de los árboles

jueves, 15 de abril de 2010

Miguel llegó a su casa con las palabras de su amigo zumbando aún en su cabeza.
- ¿Será que Pedro tiene razón?, ¿Será que me gusta Eva?
En ese momento, el timbre del teléfono lo trajo a la realidad
- ¿Aló?
- ¡Hola Miguel!, ¿Cómo estás?
- ¿Eva?
- Sí, soy yo. ¿Qué tal tu práctica?
- Horrible, olvidé cómo jugar basketball
- Eso no fue lo único que olvidaste hoy, añadió Eva en tono de reproche
- Sí es cierto y lo lamento. No te avisé de la práctica. Es que verás, fue algo de último minuto, mintió Miguel
- Ah!, claro, fue por eso. Bueno, de cualquier manera, quería saber si piensas ir a la fiesta de Clara mañana
- Seguro, no me la perdería por nada
- ¿Ya le compraste el regalo?, preguntó Eva
- No
- Yo tampoco. ¿Por que no vamos juntos mañana en la mañana al centro comercial y escogemos algo bonito?
- Estupendo. Voy a necesitar toda la ayuda del mundo, porqe no tengo ni idea de qué regalarle. ¿Cómo se las arreglan ustedes para conseguir siempre el regalo adecuado?
- Reconócelo, ese es otro de los muchos aspectos en los que nosotras los superamos con creces
- ¡Engreída! Aunque en este caso tienes toda la razón
- ok. Nos vemos mañana, Miguel
- Paso por tu casa como a las nueve
- Te espero. Chao
- Chao, respondió Miguel y colgó. Le alegró hablar con Eva, pero lo normal. Por otra parte, menos mal que llamó, porque había olvidado por completo la fiesta de Clara. No, definitivamente Eva sólo era una amiga. Una amiga y nada más. Pedro etaba equivocado

Por su parte, Eva recorría el cuarto de arriba a abajo, cual leona enjaulada, mientras su ropa volaba por los aires.
- ¡Cónchale!, no tengo nada que ponerme para la fiesta
- Tendré que comprar algo mañana cuando vayamos a buscar el regalo

A la mañana siguiente...

lunes, 5 de abril de 2010

- ¿Qué sería lo que estaba pensando Miguel aquella mañana?, ¿Por qué tenía esa expresión tan particular cuando la fue a buscar?

Llegó la hora de la salida y Eva se quedó esperando a Miguel a la puerta del colegio, pero él no llegó. Después de un rato ella recibió un mensaje de texto de él en el cual le decía que se iba a quedar a una práctica adicional de basquet hasta las 5:00 pm y que no podría acompañarla a su casa

- Bueno, pensó para sí, por lo general me invita a esas prácticas o lo programamos en la mañana y yo lo espero en la biblioteca, pero parece que hoy todo es diferente. Con todo eso en mente Eva emprendió el camino hacia su casa, un poco triste. Lo cierto es que extrañaba a Miguel. Pero ¿qué era lo que extrañaba en realidad?, su compañía o su ausencia. Nunca, al menos nunca que ella recordara había recorrido ese trayacto sola, pero tampoco es que fuera tan largo. No, extrañaba su risa, su plática, su compañía y lo cierto esque le hacía mucha más falta de lo que ella hubiera imaginado

- ¿Será que me gusta Miguel?, se preguntó. No, no puede ser, Miguel y yo sólo somos buenos amigos, ¿o no?

Mientras tanto Miguel la estaba pasando bastante mal en la práctica. No había forma ni manera de que se concentrara en el balón, lo que le valió más de un airado reclamo tanto por parte del entrenador, como de sus compañeros

- Vamos Miguel, ¿qué te pasa hoy? Pásale el balón a Juan
- Si Miguel, pásamelo. Te estoy haciendo señas como loco y tu nada. ¡Que estoy aquí libre de marca, pásame la bola!
- Está bien, lo siento
Bueno, fin de la práctica. Nos vemos el próximo jueves

Después de ducharse, se fueron a casa. Juan acompañaba a Miguel e insistía en preguntarle qué le pasaba. Lo conocía de toda la vida y sabía que algo no andaba bien

- Anda amigo, cuéntame, ¿qué tienes hoy?; ¿te peleaste con tus padres?; ¿te sientes mal?; ¿qué?
- No es nada Juan. Es que no sé si Eva habrá llegado bien a su casa. Olvidé avisarle lo de la práctica para que me esperara en la biblioteca y se tuvo que ir sola
-Ah, con que es eso. Esta mañana la vi y ¡que linda estaba hoy, Pedro!

Ese comentario le hizo hervir la sangre a Pedro y Juan lo notó enseguida

- Oye cálmate, sólo hice un comentario inocente. Además es verdad, Eva se está poniendo lindísima y yo creo que lo que a tí te pasa es que te estás enamorando de ella. Tiene que ser amigo, por eso andas con la cabeza en las nubes
- No lo creo. Eva es solamente una amiga. La conozco de toda la vida. No me puede gustar
- ¿Ah no? , ¿por qué?
- Pues porque no

CONTINUARA

viernes, 26 de marzo de 2010

Eva y Miguel

Eva y Miguel han sido amigos toda su vida. Iban juntos al cole e primaria y también en bachillerato. Además eran vecinos, sus casas estaban muy cerca la una de la otra en una calle ciega cercana al cole. allí jugaban con los demás vecinos a la ere, a policías y ladrones, al escondite, a contar estrellas, sueños y pensamientos, entre otros.

Nada tenía de particular verlos pasar juntos todas las mañanas charlando y riendo, en dirección hacia el colegio. Incluso en ocasiones, Miguel le llevaba los libros a Eva, sobre todo si ella tenía alguna maqueta que entregar.

Así, fueron pasando los años y con ellos llegaron los pensamientos serios, esos que suelen aparecer entre los dieciseis y los diecisiete años, cuando nos sentamos a pensar en nuestro futuro; Eva quería ser veterinaria y Miguel arquitecto.

Una mañana Miguel estaba esperando a Eva en la puerta de su casa y cuando ella salió él la vió diferente. Tenía algo que no podía explicarse, estaba como buenamoza, se había peinado con el pelo suelto, todo peinado hacia atrás, en vez de usar pollina y "se veía realmente bien", pensó Miguel.

Eva no notó nada de esto en ese momento y simplemente saludó a Miguel como todos los días. Sin embargo, más tarde, durante una aburridísima clase de química, recordó súbitamente la cara y la actitud de Miguel esa mañana y tuvo que admitirse a si misma que había algo raro en él, algo diferente


...continuará

miércoles, 24 de marzo de 2010

Una aventura en el desierto

A las 2 de la tarde un joven ejecutivo tomaba un avión que lo llevaría muy lejos, a un largo viaje de negocios. Era un ingeniero llamado Francisco, quien trabajaba en una compañía transnacional, cuya misión era concretar una difícil negociación para venderle armamento a un país bastante pobre, enclavado en lo más recóndito del medio oriente. Un país con una geografía impresionante. Tenía desiertos, costas, fértiles valles y una tradición y cultura milenarias, pero diferentes conflictos bélicos y cambios de gobierno lo habían dejado al borde de la miseria. Sin embargo, y en su infinita estupidez, el ser humano siempre se las arregla para tener sus prioridades al revés y en lugar de tratar de levantar al país, de mejorar el nivel de vida de sus habitantes, de buscar el desarrollo a través de la educación, los gobernantes de aquel país estaban más interesados en adquirir armamento.

Allí es donde entra nuestro personaje. Un ingeniero, egresado de una universidad de renombre, graduado con las mejores calificaciones de su clase, interesado principalmente en la brillante carrera que se avizoraba en su futuro. Ejecutivo de Ixdom Chemicals, con un sueldazo y posibilidades de ser socio si lograba, no sólo vender estas armas químicas al gobierno, sino instalar una fábrica en aquel país. Esto permitiría a su compañía posicionarse en aquella región como la única en su ramo.

martes, 23 de marzo de 2010

bienvenidos

Hola, mi nombre es Irene de Santos y por primera vez estoy participando en esto de los blogs. En realidad no fue por iniciativa propia, sino como un ejercicio de un curso de escritura que empecé el lunes 22/03/2010.

La razón para inscribirme en este curso es que siempre he querido escribir una novela. De hecho, empecé una el año pasado y va bastante adelantada. Sin embargo, al llegar al climax del relato empecé a sentir la necesidad de revisar y por qué no, pulir mis técnicas, las cuales hasta los momentos he desarrollaado de manera más o menos intuitiva, en base a los diferetes formatos en que fueron escritos los libros que he leído a lo largo de mi vida.

Quiero escribir para un público joven, porque quiero atrapar en las garras de la lectura a aquellos muchachos que estén tanteando el terreno de la literatura. Quiero que les pase lo que me ocurró a mi cuando tenía unos 12 años y fui atrapada por un libro maravilloso. Yo, que no podía leer más de una página sin aburrirme, en una tarde me devoré "El llamado dela selva" completo. Hoy en día, bastantes años después, esa magia continua y siempre cuento con la compañia de mis incondicionales amigos los libros. Me acompañan a donde voy y me llevan a lugares maravillosos.

Eso es lo que quiero que le ocurra a los lectores más jóvenes