jueves, 23 de junio de 2011

La primera vez

Las vacaciones de Semana Santa se anunciaban aburridas. La presencia de cientos de temporadistas dejaba claro que no sería posible disfrutar de la playa. Como todos los años, montarían campamentos improvisados, sin baño, en el extremo oeste de la bahía, donde se encuentran el rio y el mar. El hedor de las bolsas de basura, competiría con el de los desechos corporales. Además, su esposo le anunció que no iría; tenía que trabajar. Decidió quedarse en Caracas; no quería dejarlo solo.
Un desespero extraño se apoderó de él. Insistía en que había que ir, con argumentos tan banales como que había que pagarle al jardinero, regar la grama, bañar a los perros o pagar la luz, cosas que ella había hecho recientemente.
Ya no me lo creo. En carnavales tampoco nos acompañó, ni en el fin de semana largo. Tiene que haber algo más ¿Será que anda con otra? Algo raro está pasando y voy a averiguar qué es. Aceptó irse. Volvería antes, sin avisar. Si había otra mujer, lo descubriría.
El jueves en la noche le propuso a sus hijos darle una sorpresa a papá:
-¿Qué les parece si nos vamos mañana? Papá está solo. No es justo que nosotros estemos aquí, de vacaciones, mientras él está trabajando.
¿Quién podía resistirse ante tal argumento?
Salieron temprano. Había dormido poco; no podía esperar más.

A través del auricular, una voz metálica, de esas entrenadas para proyectar una imagen de eficiencia, le pidió el número del expediente.
-Es el 1562457214.
-Por favor, manténgase en línea.
Recordó ese día: escuchó un golpe fuerte y seco. Lo sintió reflejarse en el costado, como un latigazo. Después, silencio. Rio. Sí hubo un daño: se le rompió una uña.
-El caso todavía se encuentra en análisis.
-Pero si ya pasaron dos meses ¿Cómo es posible que todavía no tengan una respuesta? Ni siquiera sabemos si lo van a declarar pérdida total.
Discutía por costumbre, pero sin convicción. En realidad no le importaba. A fin de cuentas, un carro son sólo piezas metálicas montadas sobre ruedas. Habían resultado ilesos después de estrellarse contra la defensa de concreto de la ARC, a cien kilómetros por hora, que no es poca cosa.
Mientras la voz navegaba en un mar de tecnicismos, ella pensaba en todo lo que hubiera podido ocurrir: seguro que Titi hubiera roto el parabrisas con la frente. Yo me hubiera podido romper las costillas con el volante, el air bag no se activó. El golpe fue muy duro, aunque Luis iba atrás, también hubiera podido salir disparado, y dejar la cabeza pegada del asfalto.
Rio de nuevo. Tanta angustia por nada; él es incapaz de montarme cachos.
Antes de salir aquella mañana, recordó una frase muy difundida en sus días de juventud, de la que su familia se burlaba con frecuencia. Por primera vez en su vida, y llevaba treinta años manejando, decidió seguir el consejo: “Amárrate a la vida”.