viernes, 31 de agosto de 2012

La radio

Hace muchos años que escucho radio. Tendría unos doce años cuando mis padres me regalaron todo un portento tecnológico para la época (1973): un radio grabador a casette marca Phillips. Lo estrené grabando las canciones más sonadas del momento en un programa nocturno, La hora del ensueño y del amor, que transmitía la emisora Éxitos 1090, hoy 99.9. 

El programa salía al aire como a las once de la noche. Ponían una canción en inglés y un locutor, creo que Carlos Eduardo Ball, iba recitando la traducción al español verso a verso. Luuego la ponían de corrido, sin interrupciones comerciales, para que los afortunados que disponíamos del fabuloso grabador pudiéramos grabarla.  Aunque viéndolo ahora creo que este tipo de programas fue el precursor de la piratería, lo cierto es que poco a poco fui armando una buena colección musical, que me acompañaba cuando estudiaba.

Durante muchos años mi trabajo me mantenía en la calle bastante más de media jornada y mi gran compañero durante todo ese tiempo era la radio. Cesar Miguel Rondón me sorprendió un día a las seis en punto de la mañana, con un enérgico llamado a levantarse, que yo no estoy loco para estar aquí hablando solo. A partir de ese día y mientras tuve que llevar a los niños al colegio he leído el periódico a través de su voz grave y cálida. Hoy mis hijos se van solos a a la universidad.

En las tardes, a las tareas dirigidas, clases de piano, ballet, natación, inglés y kárate me acompañaba el inolvidable Pedro Penzini Fleuri, fuente inagotable de buenos consejos, quien no cesaba de recordar la importancia de consumir alimentos ricos en betacarotenos, -vegetales de colores como él los llamaba-  porque estos combaten los radicales libres, responsables del envejecimiento. Aún hoy en día cuando manejo oigo la radio, aunque siempre llevo un CD para casos de emergencia –cadenas-.

Salgo de Caracas los sábados escuchando a Carolina Jaimes Branger mientras las misteriosas ondas herzianas lo permiten. Después cambio a Victoria, la 103.9, que no solo me acompaña, sino que además me mantiene informada del estado de la circulación por la ARC. Me encanta cuando el reporte es: sin novedad. 

Cuando entró al impresionante parque Henry Pittier cambio a la 95.1, que tiene un programa de chatarritas en español, los sábados y domingos en la mañana. Pasamos las más de cien curvas del camino hacia Ocumare de la Costa cantando, riendo y recordando anécdotas asociadas a las canciones. Hace unos años, cuando viajaba los viernes en la tarde, escuchaba la voz del Ciudadano, a través de una de las emisoras hermanas de la difunta 102.3. Paz a sus restos. Fue en la 102.3 donde encontré a Isa Dobles en un programa estupendo que salía al aire cerca de la media noche, en una época infernal de trabajo, cuando a menudo trabajaba de corrido todo el día en la calle y era en la noche cuando podía sentarme ante mi escritorio a hacer el trabajo administrativo. Después de Isa me acompañaba un par de personajes que espero poder recrear algún día en una novela. Se trataba de dos maracuchos, que se vinieron a Caracas a hacer ese programa, cuyo horario era bastante particular: ¡de doce a cuatro de la mañana! Y era en vivo. Esos dos nunca sabrán lo importante que fue para mí que me hicierran soltar una carcajada a las dos o tres de la mañana, cuando empezaba a confundir los céntimos con los miles, o los metros cuadrados con el costo por unidad. Gracias a ellos siempre pude entregar mi trabajo a tiempo. 

Regreso los domingos acompañada por los amigos de La tertulia, también transmitida por Victoria. Nada mejor que viajar acompañada por un grupo de músicos alegres, que le imprimen al programa un ambiente muy especial. Se siente como esas  reuniones improvisadas en casa con amigos que se van dejando caer como por casualidad,  en las que siempre aparece un cuatro y todo el mundo termina cantando y pasándola bien. Es como si fueran en el carro conmigo.

Al entrar al Estado Miranda ocurre un fenómeno extraño: una emisora politiquera y desagradable irrumpe en la transmisión y aunque no puedo poner en duda su legalidad, dado que desconozco si tienen permiso para operar, si puedo recurrir a las leyes físicas y aseverar que dos cuerpos –en este caso señales- no pueden ocupar el mismo espacio al mismo tiempo, y después de acordarme de las progenitoras y progenitores de quienes laboran en la emisora intrusa, intento pescar de nuevo la 99.9, a ver si con suerte me recibe en la capital la voz entrañable de Napoleón Bravo, quien en su Gente en ambiente nos recuerda que hubo épocas mejores a través del hit parade de los 60, 70 y 80. Para esto, cuenta con la valiosa colaboración del ex ministro Fernando Egaña, que narra noticias de la época, concretamente del día en el cual esa canción llegó al primer lugar del billboard. Es una buena forma de retomar fuerzas para iniciar la semana, ¿qué duda cabe?


viernes, 2 de septiembre de 2011

Si nosotros

Si nosotros no respetamos nuestro trabajo, por qué habría de hacerlo alguien más.
Si no nos comprometemos con él, por qué debería alguien tomarnos en serio.
Si no dominamos la impaciencia que nos lleva a rematar un texto de cualquier manera, por qué debería tener el lector paciencia y leer nuestro trabajo hasta el final.
Si no nos enamoramos de nuestros personajes, porque debería sentirse el público atraído por ellos.
Si no somos capaces de crear un universo alterno perfecto donde ocurra la acción, por qué habría de sentirse inclinado alguien a traspasar el umbral de papel y adentrarse en él.
Si no tejemos tramas interesantes, por qué demandamos el interés del lector.
Si no nos molestamos en narrar los hechos con claridad, por qué tendría que esforzarse alguien por entenderlos.
Si al sentarnos a escribir lo que hacemos es perder el tiempo, por qué habría alguien de invertir su tiempo en nosotros.

Si no creemos en nuestro trabajo, por qué debería creer el lector que somos escritores.

No hay historias malas, sólo historias mal contadas.

miércoles, 17 de agosto de 2011

La ruleta

A Jesús había empezado a irle bien. Parecía que la vida, por fin, le dedicaría una sonrisa: le dieron una promoción en su trabajo, la vecina había dejado de voltearle la cara al saludarla y se le había quitado esa odiosa molestia en la ingle. Razón tenía su hermano cuando le dijo que no se preocupara, que seguro era por el esfuerzo al ayudarlo con la mudanza. Se había hecho un chequeo “por no dejar”, pero, al desaparecer el dolor, olvidó ir a recoger los resultados.
El viernes, al salir del trabajo quedó atrapado en ese gran estacionamiento público que funciona a partir de las cinco en Prados del Este, con carros detenidos en todos los canales de todas las calles y que, a diferencia de los privados, es gratuito. Harto de la cola, logró escurrir su Aveo entre los otros carros y se abrió paso, como pudo, hasta el bingo.
Tengo que aprovechar esta racha. En vez de estar aquí sentado como un idiota recalentando el carro, voy a entrar a probar suerte, pensó.
La oscuridad del local lo cegó al entrar; venía de la claridad de la calle. Se quedó de pie en la puerta, hasta que las luces de colores brillantes de las paredes, la barra de neón azul del bar y los reflejos de la bola de cristal que colgaba del techo le aclararon la vista.
Los sonidos a su alrededor aumentaron su excitación. El inconfundible clink de las tragamonedas, las risas de los ganadores, la letanía del cantador de bingo y la sirena que anunciaba que alguien acababa de salir de la miseria, lo obligaron a sacar la cartera y comprar fichas para jugar.
Se tomó un trago, luego otro y cuando iba por el tercero le preguntó al barman qué juego pagaba más.
-La ruleta, sin duda. El bingo es para las viejas, los dados son de ida y vuelta, en un viaje te dan, y en el otro te lo quitan, pero la ruleta es pa’ machos. Puedes ir apostando de a poco y, cuando tengas un capital, se lo tiras a un solo número y listo. Yo he visto a mucha gente salir de aquí forrada de real.
-La ruleta será, pues.
Siguió las instrucciones de su más reciente amigo, apostando alternativamente al rojo y al negro, a los números pares y los impares, para no ofender a ninguno. Reunió quinientos bolívares y sintió que había llegado el momento:
-Todo al once negro -dijo con calma. Nuevamente sonó la sirena de la fortuna.

Ya había desaparecido el tráfico cuando salió del local. Llevaba en el bolsillo un sobre con un millón en efectivo y tenía ganas de seguir la fiesta. Quién sabe, a lo mejor la vecina le aceptaba una invitación.
Fue a su casa, se duchó y, con su mejor pinta de galán, se disponía a salir cuando recordó su teléfono. Lo había apagado al entrar al bingo, para que nada lo distrajera. Lo prendió y encontró un mensaje recibido cuatro horas atrás:
Resultado de la biopsia: positivo, con metástasis en grado avanzado. Inoperable. El paciente debe acudir a la brevedad al Centro Médico.

El sobre lo retaba desde la mesa. Lo tomó, sacó un bolígrafo y escribió algo en él.
Al menos fui un superhombre por una noche, suspiró antes de saltar por el balcón.

jueves, 23 de junio de 2011

La primera vez

Las vacaciones de Semana Santa se anunciaban aburridas. La presencia de cientos de temporadistas dejaba claro que no sería posible disfrutar de la playa. Como todos los años, montarían campamentos improvisados, sin baño, en el extremo oeste de la bahía, donde se encuentran el rio y el mar. El hedor de las bolsas de basura, competiría con el de los desechos corporales. Además, su esposo le anunció que no iría; tenía que trabajar. Decidió quedarse en Caracas; no quería dejarlo solo.
Un desespero extraño se apoderó de él. Insistía en que había que ir, con argumentos tan banales como que había que pagarle al jardinero, regar la grama, bañar a los perros o pagar la luz, cosas que ella había hecho recientemente.
Ya no me lo creo. En carnavales tampoco nos acompañó, ni en el fin de semana largo. Tiene que haber algo más ¿Será que anda con otra? Algo raro está pasando y voy a averiguar qué es. Aceptó irse. Volvería antes, sin avisar. Si había otra mujer, lo descubriría.
El jueves en la noche le propuso a sus hijos darle una sorpresa a papá:
-¿Qué les parece si nos vamos mañana? Papá está solo. No es justo que nosotros estemos aquí, de vacaciones, mientras él está trabajando.
¿Quién podía resistirse ante tal argumento?
Salieron temprano. Había dormido poco; no podía esperar más.

A través del auricular, una voz metálica, de esas entrenadas para proyectar una imagen de eficiencia, le pidió el número del expediente.
-Es el 1562457214.
-Por favor, manténgase en línea.
Recordó ese día: escuchó un golpe fuerte y seco. Lo sintió reflejarse en el costado, como un latigazo. Después, silencio. Rio. Sí hubo un daño: se le rompió una uña.
-El caso todavía se encuentra en análisis.
-Pero si ya pasaron dos meses ¿Cómo es posible que todavía no tengan una respuesta? Ni siquiera sabemos si lo van a declarar pérdida total.
Discutía por costumbre, pero sin convicción. En realidad no le importaba. A fin de cuentas, un carro son sólo piezas metálicas montadas sobre ruedas. Habían resultado ilesos después de estrellarse contra la defensa de concreto de la ARC, a cien kilómetros por hora, que no es poca cosa.
Mientras la voz navegaba en un mar de tecnicismos, ella pensaba en todo lo que hubiera podido ocurrir: seguro que Titi hubiera roto el parabrisas con la frente. Yo me hubiera podido romper las costillas con el volante, el air bag no se activó. El golpe fue muy duro, aunque Luis iba atrás, también hubiera podido salir disparado, y dejar la cabeza pegada del asfalto.
Rio de nuevo. Tanta angustia por nada; él es incapaz de montarme cachos.
Antes de salir aquella mañana, recordó una frase muy difundida en sus días de juventud, de la que su familia se burlaba con frecuencia. Por primera vez en su vida, y llevaba treinta años manejando, decidió seguir el consejo: “Amárrate a la vida”.

viernes, 20 de mayo de 2011

El bloqueo

El otro día, en el curso de escritura tocamos un tema recurrente en cualquier ocasión y lugar en el que coincidan más de dos escritores: el famoso bloqueo, ese fantasma que ronda nuestro escritorio y se cuelga de nosotros cada vez que nuestra producción creativa sufre un bajón. Pero, aunque ustedes no lo crean, este fenómeno es tan común, no sólo en esta, sino en tantas otras ocupaciones, que, por ejemplo, en el béisbol tiene hasta un nombre: se denomina slump y en español lo usamos con el verbo caer: el jugador cayó en un slump en el mes de abril.
No es de extrañar entonces que ocurra, lo sorprendente es que le ocurre a todo aquel que se dedica a un oficio. Porque, a fin de cuentas, la escritura es un oficio, al igual que la carpintería, la ebanistería, el arte de hacer vitrales, la pintura, la herrería, la música y hasta el deporte.
La escritura no es una carrera formal universitaria como el derecho o la medicina. Repito: es un oficio y, como tal, se aprende con la práctica, con el hacer de cada día. Quienes estudian Comunicación social o Letras, lo tienen algo más fácil, pero no todos los periodistas se convierten en escritores ni tampoco todos los Licenciados en Letras.
Pero ¿y si lo fuera? No hablamos de que un médico o un abogado enfrenten el bloqueo. Entonces, ¿qué pasaría si alguien instituyera la carrera de escritor con pensum y todo? ¿Acaso esto acabaría con el famoso bloqueo? Imaginemos. Podría ser algo así:

Duración: 10 semestres.
Ciclo básico: 6 semestres: debe iniciarse con las normas de ortografía, gramática y sintaxis más elementales, con énfasis especial en la acentuación y la concordancia verbal. Después se estudiarán los grandes clásicos y las diferentes corrientes literarias, a fin de que el alumno, no sólo se familiarice con las mismas, sino que vaya viendo cuál se acomoda mejor a su estilo (o viceversa).
Especialización: 4 semestres. (durante los cuales habría que empezar la tesis, o trabajo de grado).
Áreas de especialización: Novela y novela corta, relato y micro relato, cuento para niños y adultos, ensayo, biografía.
Defensa del trabajo de grado: jurado: incógnita por resolver. Se sugiere un jurado mixto, integrado por académicos y público del vulgo (que no quiere decir que este sea vulgar, ni mucho menos, sino más bien que venga del pueblo, que es, a fin de cuentas, el que abre la cartera para pagar por los libros que soñamos escribir algún día).

Al graduarse, los escritores empezarían a trabajar... ¿dónde? ¿Será que habrá que crear entonces fábricas para escribir libros? O, por el contrario, serán animados a incursionar en la empresa privada. (Esto último suena algo más lógico, si es que este escrito tiene algo de lógica).
¿Resolvería esto el problema? ¿Nos sentiríamos legalmente facultados para ejercer la escritura? ¿Eso acabaría con el bloqueo? Sinceramente, no lo creo, y no lo creo, porque estamos viendo el problema desde el ángulo equivocado o, como diría mi abuela –la mejor escritora que he conocido- estamos poniendo los burros detrás de la carreta o, el carro delante del caballo. (Favor no confundir con halan más dos tetas que dos carretas, ese refrán es para otras ocasiones).
La diferencia entre una profesión y un oficio hay que buscarla mediante la comparación del producto obtenido por profesionales y por artesanos (que también lo somos), no en qué o en quién los faculta para ejercer: las carreras producen trabajo; los oficios producen arte.
¿Acaso se puede decir que un abogado que redacta un documento legal o gana una querella alcanza el arte? ¿Es posible afirmar que una operación de corazón abierto es una obra artística? No, no se puede. Y, en cambio, qué opinión nos merecen El Quijote, Cien años de soledad, La Fiesta del Chivo, La señora Dalloway, Orgullo y prejuicio, El Conde de Montecristo, El hombre y el pez, El entierro del Conde Orgaz, El grito, El rapto de las hijas de Leucipo, La mona Lisa, La piedad, La Capilla Sixtina, El Taj Mahal, El pensador, La novena sinfonía y... pare usted de contar.
Los artistas nacen, pero se hacen con tesón, disciplina y perseverancia. Se los conoce con algo de suerte, es verdad, pero ninguno de los grandes creadores de la humanidad sería recordado si no hubiera trabajado con ahínco para superar el bloqueo, y seguro que todos lo sufrieron alguna vez.
¿Será entonces que nos escondemos detrás del bloqueo para no esforzarnos lo suficiente? Si ese es el caso, les recuerdo que los problemas, al igual que las servilletas de Ignacio, hay que enfrentarlos y, la única forma de hacerlo, es con constancia, dedicación y trabajo honesto.
Entiendo que para quienes se ganan la vida con este oficio, la presión es mayor, (hay que poner comida en la mesa, después de todo) pero para nosotros, que acabamos de iniciarnos en este taller y en este oficio, y no somos más que aprendices, no debe serlo.
¿Qué nos impide sentarnos a la misma mesa que Cervantes, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Virginia Wolf, Jane Austen, Alejandro Dumas, Ernest Hemingway o Beethoven? ¿Por qué no podríamos conseguir una invitación al gran banquete de la creación? La única limitante sería que no nos esforzamos como lo hicieron ellos.
El bloqueo se supera con trabajo. Tendremos días más productivos que otros; habrá momentos de júbilo y de rabia; en ocasiones usaremos la tecla delete sin piedad (en lo personal recomiendo abrir un baúl de ideas para cada trabajo: duele menos enviar allí el trabajo que borrarlo), pero una vez creada la rutina de trabajo, se acabará el bloqueo.
Preguntarse si servimos para esto es lo mismo que abrirle la puerta al fantasma del primer párrafo: No lo hagamos. Escribimos porque nos gusta ¿o no? Entonces…a escribir.

jueves, 28 de abril de 2011

El arraigo

El arraigo es lo que nos hace ver nuestro cielo más azul, nuestros bosques más verdes, nuestras flores más hermosas, la espuma de nuestras olas más blanca, el vuelo de nuestros pájaros más alto. Es lo que nos hace percibir nuestra agua más fresca, nuestras quebradas más cantarinas, nuestras risas más alegres, nuestras voces más bellas y nuestros silencios más cálidos, nuestros amaneceres más sublimes y nuestros crepúsculos más románticos.
Es un sentimiento que nos parcializa y que, con razón o sin ella, nos convence de que nuestra comida es la más sabrosa, nuestro café es especial y nuestro chocolate es el mejor del mundo, nuestras danzas son las más bellas, nuestra cultura es la más rica, nuestro acento es el más agradable.
Es lo que nos paraliza cuando oímos nuestra música en otro país, porque la escuchamos más con el corazón que con los oídos. Es lo que nos pone tristes cuando vemos llover desde una ventana que no es la nuestra.
Es lo que nos define como personas, lo que nos identifica con el entorno, es la forma en la que hacemos las cosas, es lo que decimos y como lo hacemos, es como caminamos, es lo que nos permite disfrutar de la soledad en casa y temerla en otro lado.
Es ser dueños de nuestra vida, de nuestro destino, de nuestro aire. Es pisar firme sin temor a hacer ruido, es mirar a los demás sin miedo a ser imprudentes y hasta sonreírle a un desconocido, porque todos nosotros somos cómplices de lo mismo. Es ver la vida distinta, es entender lo que sucede con una mirada, es ser más solidarios.
Es sentir nuestra tierra no sólo como un derecho, sino también como un deber, porque, si bien es cierto que nos la regalaron, llegará el día en que nos tocará encargarnos de ella. Son las raíces que echaron nuestros pies en un pedacito del mundo, más fuertes que las de cualquier árbol centenario; nunca se podrán arrancar.
En fin, no es el miedo a lo desconocido, es el amor a lo propio.

martes, 26 de abril de 2011

Voces

El cordel se deslizó entre sus dedos. Sujetaba un globo azul que se elevó hasta perderse de vista. Se convirtió en un pedacito más de cielo; azul como era. La niña saltaba tratando de alcanzarlo, pero era imposible.
Apenas eran las nueve de la mañana, y ya el aire estaba muy caliente. Tantos cuerpos juntos de pie sobre el asfalto generaban mucho calor. Parecía que empezarían a derretirse de un momento a otro, y que si no partían pronto no podrían hacerlo nunca; la goma de sus zapatos deportivos se adheriría al pavimento ardiente. Por fortuna, esto no ocurrió.
El sudor drenó parte de su energía, pero ni una gota de su entusiasmo. Tampoco decayeron sus banderas. Flotaban invitando a los otros a seguirlas. Después de todo, también les pertenecían. Entonces, ¿por qué había que turnarse para desplegarlas? ¿Por qué unos las podían exhibir sólo en el este y otros debían hacerlo únicamente en el oeste? No lo sé. Quizás alguien pueda explicarlo algún día, aunque sospecho que no será así.
El ejército empezó la marcha cantando. Luchaban por su país, que era el mismo país de los otros, pero que a la vez no lo era. Es extraño, por decir lo menos. Al llegar a su destino las voces cambiaron, al igual que las letras de las canciones. Ahora eran más solemnes. Estaban frente a un altar muy bello, inmenso, como lo requería la escala de esta iglesia erigida sobre la autopista. La levantaron rápido, apenas en una noche, pero no a lo largo, sino a lo ancho de la vía. Esta quedó cortada abruptamente por un andamiaje metálico, como los acantilados le cortan el paso a las montañas, antes de que puedan llegar al mar. Pasar por allí era imposible.
Empezaron a oírse voces provenientes de la parte de atrás del altar. Una marea humana fluía desde el sur y, mientras las voces del norte eran cada vez más dulces, las del sur se iban tornando violentas. Chocaban contra la barrera como las olas encrespadas se estrellan contra las rocas de un malecón.
Lentamente, los del sur se fueron retirando, arrastrando los pies, sudando, arrastrando sus banderas ¿Qué caso tenía quedarse? No podían participar en la misa desde la parte de atrás del púlpito. No podían ver a sus compañeros de lucha. No podían orar con ellos. El río tuvo que torcer su cauce y fluir hacia la fuente, en vez de hacerlo hacia el océano.
La misa empezó. Durante una hora, la fe y la esperanza coparon todos los espacios, todas las mentes, todos los corazones. Sesenta y cinco minutos después acabó la magia. Los obreros desmontaron los andamios. Volaban de uno a otro describiendo piruetas dignas de los acróbatas de un circo. Las plantas, las imágenes, los manteles blancos, todo desapareció.
Los asistentes deshicieron su camino sin haber podido encontrarse con los del sur. Ahora también ellos arrastraban los pies.